miércoles, 26 de junio de 2024

Cosas del agua y yo

Antonio Guerrero Aguilar/

Dicen que los caminos pertenecen a la historia y los ríos a la geografía. Esto no es mío, es de Giovanny Guareschi, autor de “Del pequeño mundo de Don Camilo”. También considera que los hombres no hacen la historia, sino que la soportan y por ende, procuran corregir la geografía para creer que le dieron un cambio a la historia. ¿Cómo lo hacen? Dañando montañas considera él. Hermoso libro que presté y jamás regresó. Ese cronista recuerda en una de sus líneas: “Nací en una entonces aldea soleada y esparcida”. Yo también, el domingo de Ramos de 1965, en un solar que la bisabuela rentaba y permitía a la nieta mayor, anidarse en el mismo. No teníamos servicio de agua potable y debían trasladarla desde unas tomas situadas en algunas esquinas del pueblo. Teníamos una acequia, pero no la podíamos tomar, por lo turbio del caudal y porque debían repartirla para el riego de regadíos y temporales. Era triste pero aleccionador ver a mi papá, agarrar un trozo de mezquite, algo curveado y con dos cadenas y sus ganchos, para llenar tinas y caminar como nazareno cargando la cruz. Tuvimos llaves hasta 1977, aunque los servicios tan solo llegaban a unos cuántos, que pagaban la cuota respectiva en una oficina situada frente a la plaza, en una casa propiedad de Chita Villaseñor.



Costumbre recurrente, la de tomar agua directamente del glifo o de la punta de la manguera y anteriormente en cantaros que mantenían el agua fresca. En la escuela, todos revueltos, pero la clase social se distinguía entre los limpios y sucios de mugre, porque debíamos esperar el fin de semana para el aseo, porque decían que la “cáscara guarda el palo”. Por ese tiempo, de cuando Santa Catarina se hizo ciudad en 1977, desaparecieron todos los signos que nos hablaban del líquido vital: la fuente de los patos en la plaza, los mojones en las esquinas, la acequia, así como el entubado definitivo del río de los ancestros, donde muchas veces calmaba la sed como los calorones. Ya de regreso a la casa, era obligado mojarse en las pantorrillas, porque decían que solo así no se subía el calor hasta la nuca. No se olvida la estrofa de la canción “Hipocresía”: “Morir de sed habiendo tanta agua”. Vi cómo la gente de Horcones, Nogales, Buenos Aires y otras comunidades no tenían agua potable, aunque en su jurisdicción tenían las estaciones de bombeo de Agua y Drenaje de Monterrey.

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Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico