Antonio Guerrero Aguilar, Cronista Municipal de Santa
Catarina
Indudablemente que la figura más conocida y emblemática
de Monterrey en la república de las letras y en el de la vida cultural del
México es Alfonso Reyes. Por su presencia en el mundo literario, su actividad
cultural, su vida diplomática, el dominio que tuvo sobre todas las formas de
expresión escrita, su pasión por la historia, las artes y las humanidades y
como fundador y promotor de instituciones educativas, se le conoce con mucha razón el “Regiomontano
Universal”.
Alfonso Reyes nació el 17 de mayo de 1889 en la ciudad de
Monterrey y murió en la ciudad de México el 27 de diciembre de 1959. Sus restos
descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Fue hijo de uno de los
gobernadores más influyentes en la historia de Nuevo León, el general Bernardo
Reyes y de Aurelia Ochoa. Don Bernardo quien también tiene una historia muy
digna por contar, fue gobernador en tres periodos: llegó en 1885 para hacerse
cargo de la comandancia militar de la región y para calmar las rivalidades entre
dos grupos opositores (el de Lázaro Garza Ayala y el de Genaro Garza García) asumiendo
también la jefatura política del Estado hasta 1887, luego de 1889 a 1900 y en
1903. Entre el 1900 y el 1902 fue secretario de Guerra y Marina. Como era uno
de los posibles candidatos y cabeza de un grupo político que podían llegar al
poder en 1910, fue desterrado por Porfirio Díaz con misiones diplomáticas.
Alfonso vivió su infancia en Monterrey. Inició su carrera
literaria desde su niñez. Aquí aprendió sus primeras letras y hasta fue alumno
del honorable Colegio Civil. Ya instalado en la ciudad de México, acude a la
Escuela Nacional Preparatoria. Se graduó
como abogado en la Universidad Nacional de México en 1913. Junto con José
Vasconcelos, Pedro Henríquez Ureña y Antonio Caso, fundaron el Ateneo de la
Juventud en 1909. Contrajo matrimonio con Manuela Mota y tuvieron un hijo
llamado Alfonso.
Cuando ocurrió la Decena Trágica en febrero de 1913, fue
testigo de cómo se padre murió frente al palacio nacional. Por eso tiempo era
el secretario de la Escuela Nacional de Altos Estudios, antecedente de la
actual Facultad de Filosofía y letras de la UNAM. Al llegar a la presidencia
Victoriano Huerta en 1913, fue nombrado segundo secretario de la Legación
Mexicana en París. En plena guerra mundial se trasladó a España en donde se
dedicó al ejercicio literario, a la promoción cultural y a la docencia. En 1920
se le vuelve a llamar como miembro de la Legación Mexicana en Madrid. Una
carrera diplomática que lo llevó a representar a México como embajador en
España, Francia, Argentina y Brasil.
Regresa a México en 1939 para organizar la Casa de España
en México, convertida en 1940 en el Colegio de México y cuyo consejo presidió
hasta su muerte. Fue también uno de los fundadores del Colegio Nacional integrado
por distinguidas personalidades de la ciencia, las artes y la cultura,
dedicados a difundir el espíritu y el pensamiento que integran los diversos
aspectos de la mexicanidad.
Amante de los libros, logró reunir un excelente fondo
bibliográfico al que cariñosamente llamó Capilla Alfonsina y que la Universidad
de Nuevo León adquirió al poco tiempo de morir don Alfonso. Ahora es una gran
dependencia universitaria llamada Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria,
con un gran edificio y diversas salas en donde se promueve el origen, el
espacio, el sentimiento y el conocimiento de Nuevo León. Precisamente, desde su
estancia en el extranjero, publicó un voto por la Universidad del Norte, para
que Nuevo León contara con una universidad que vio su origen en 1933. Toda su obra está integrada por los diversos estilos
literarios que manejó con pasión y maestría. Las obras completas de Alfonso
Reyes constan de 26 volúmenes y se pueden conseguir en el Fondo de Cultura
Económica.
Ahora, ¿por qué su obra es tan distinguida e importante
para Monterrey? Porque en sus estancias tanto en la Ciudad de México, como
París, Madrid, Buenos Aires y Río de Janeiro recordaba a su solar nativo. Hizo
una publicación que llamó “El Correo de Monterrey” en el cual decoró con
viñetas de su autoría y en la que continuamente evocaba espacios y tiempos
regionales. Especialmente porque entre sus pasiones destaca su amor por la
ciudad donde nació y por la montaña que le sirve de emblema. Tenemos fragmentos
de sus obras que nos hablan de ello:
Romance de Monterrey
Monterrey de las
montañas
Tu que estás a par
del río,
Fábrica de la
frontera
Y tan mi lugar
nativo,
Que no sé cómo
añado
Tu nombre en el
nombre mío:
Pues sufres a
descompás
Lluvia y sol, calor
y frío
Y mojados los
inviernos
Y resecos los
estíos.
Monterrey de las
montañas
Tu que estás a par
del río
Que a veces te hace
una sopa
Y arrastra puentes
consigo
Y te deja de manera
Cuando se sale de
tino
Que hasta la Virgen
del Roble
Cuelga a sacar
vestidos.
El sol de Monterrey
No cabe duda: de
niño,
A mi seguía el sol.
Andaba detrás de mí
Como perrito
faldero;
Despeinado y dulce,
Claro y amarillo,
Ese sol con sueño
Que sigue a los
niños.
Yo no conocí en mi
infancia
Sombra, sino
resolana,
Cada ventana era
sol
Cada cuarto
ventanas.
Traigo tanto sol
adentro
Que ya tanto sol me cansa.
Yo no concí en mi infancia
Sombra, sino resolana.
Dejó constancia por el amor y admiración por el Cerro de
la Silla:
Llevo el Cerro de
la Silla
En cifra y en
abstracción:
Medida de mis
escalas,
Escala en mi
inspiración,
Inspiración de mi
ausencia
Ausencia en que
duermo yo.
Oh Cerro de la
Silla
Quien estuviera en
tu horqueta,
Una pata
pa´Monterrey y
Otra pa´Cadereyta.
Oh Cerro Mitológico
Quien estuviera en
tu cima
Para admirar desde
lo lejos
Al famoso
tecnológico.
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