Antonio Guerrero Aguilar/ Cronista Municipal de Santa
Catarina
Sobre la gloriosa batalla del 5 de mayo se ha dicho,
discutido y escrito demasiado. Hace tres años el gobierno de la República como
del estado de Puebla hicieron una conmemoración en grande. Incluso cada año preparan
escenificaciones que nos recuerdan el día cuando las armas nacionales se
cubrieron de gloria. El 5 de mayo como el 15 de septiembre son los días que
justifican la conciencia nacional. Es más, hasta en los Estados Unidos realizan
ceremonias y festejos, organizados por las autoridades en donde involucran no
solo a paisanos sino a residentes de origen hispano en alguna entidad
norteamericana. Para la raza de bronce que habita más allá del río Bravo, el 5
de mayo es tan importante y por eso es considerada como la segunda fecha de la
independencia nacional.
Cada 5 de mayo la Casa Blanca en Washington abre sus
puertas para comer antojitos mexicanos, tomar tequila y escuchar música con
mariachi. Alrededor del presidente se congrega a lo más selecto de la industria
del entretenimiento. Aquí en México pasa un poco desapercibido, pues un secretario
de educación que llegó a la presidencia a fines del siglo XX, quitó la
solemnidad y la obligatoriedad de la famosa batalla de Puebla. Nuestras
autoridades tenían la idea de que el mexicano, entidad festiva por naturaleza y
relajiento a más no poder; tenía muchas fiestas en el mes de mayo para
descansar: 1, 5, 10 y 15. Como el trabajo es sagrado, se descansa en ese día.
Las mamás también corresponden a un nivel de sacralidad equiparable a la virgen
guadalupana y el 15, por ser quincena además de pagarle a los mentores, se les
festeja y se le da muestras de cariño.
Para los mexicanos el 5 de mayo es la batalla de Puebla.
Pero a decir verdad, hubo otros dos sitios en donde pelearon liberales contra los conservadores. Los primeros a
favor de la República y los segundos apoyando a la intervención francesa y al
imperio de Maximiliano. En efecto, el 5 de mayo de 1862 se detuvo el avance del
ejército expedicionario procedente de Francia. Luego los franceses se
reorganizaron con la intención de apoderarse de la ciudad de México. Durante
los meses de marzo, abril y mayo de 1863, el ejército francés mantuvo en estado
de sitio a Puebla que finalmente cayó el 17 de mayo del año citado.
Puebla es un lugar estratégico. Sitio obligado de paso,
al pie de los volcanes, entre el puerto de Veracruz y la ciudad de México. Por
eso durante la intervención norteamericana en 1847, las tropas solo defendieron
la ciudad de México y Puebla. Cuando Puebla cayó el 2 de abril de 1867, el
imperio se desmoronó y colocó a Porfirio Díaz, “el héroe del 2 de abril” en la
antesala de la presidencia de la República. Los apoyos extranjeros se cortaron
y evitaron la huida del ejército que apuntalaba el imperio de Maximiliano,
haciendo posible su derrota y el triunfo de la República sobre el imperio el 15
de mayo de 1867 en la ciudad de Querétaro.
Hablar de la batalle del 5 de mayo, nos recuerda esa
relación extraña, casi de amor y odio entre Francia y México. Ya en 1838 habían
provocado la famosa “guerra de los pasteles”. México para salir a flote
recurrió a deuda externa con Francia, Inglaterra y España. Mediante los
tratados de la Soledad negoció con las tres potencias. Entonces España e
Inglaterra aceptaron los buenos términos propuestos por el gabinete del
presidente Benito Juárez, pero Francia no. Para presionar al gobierno mexicano,
en abril de 1862 llegó a costas mexicanas el considerado mejor ejército del
mundo, un cuerpo expedicionario que se había levantado la victoria en algunas
regiones de ocupación francesa en África como en Europa. El entonces emperador
de Francia, Napoleón III, guiado y mal informado por José Manuel Hidalgo y Juan
Nepomuceno Almonte, pensó que con solo seis mil hombres, podían invadir y
someter a México. Avanzando con rumbo a la ciudad de México, el 27 de abril las
tropas francesas salieron de Orizaba, Veracruz.
La defensa mexicana se concentraba especialmente en
algunas regiones de Puebla y de Oaxaca. Fue cuando Ignacio Zaragoza al frente
de otra cantidad similar a la ejército invasor, se apresuró a cerrarles el paso
en la ciudad de Puebla de los Ángeles. Para ello comisionó a José María Arteaga
y Porfirio Díaz para que desde las cumbres de Acultzingo, atacaran a los
expedicionarios franceses para que se replegaran en Puebla en donde el general
Lorencez se preparaba para el ataque. El día 28 ocurrió el primer enfrentamiento.
Las cosas no salieron como pensaban, pues los franceses
llegaron a Puebla el 5 de mayo de 1862. Zaragoza había dispuesto a sus fuerzas
en los fuertes de Loreto y Guadalupe. Lorencez ordenó a tres de sus columnas el
ataque al fuerte de Guadalupe. Las estrategias militares de Felipe Berriozábal
y Miguel Negrete, detuvieron el avance de los franceses. Estos no siguieron las
recomendaciones de Juan Nepomuceno Almonte y atacaron al fuerte de Loreto. Tras
cuatro intentos de avanzar sobre el camino a Puebla, Porfirio Díaz quiso enviar
a su columna formada por cerca de mil soldados. Pero Zaragoza, cauto en su
actuar pidió mesura en la defensa del heroico sitio.
Durante cuatro horas los dos ejércitos, el republicano al
mando de Zaragoza y el extranjero al mando de Lorencez tuvieron la famosa
batalla de Puebla. El francés ordenó la retirada y cuando vio el balance quedó
asombrado: 177 muertos, 305 heridos y 25 prisioneros. Las bajas del ejército
mexicano fueron menos. Fue cuando Ignacio Zaragoza sentenció en una parte de
guerra: “El ejército francés se ha batido
con bizarría, su general en jefe se ha portado con torpeza en el ataque. Las
armas nacionales se han cubierto de gloria”.
Lorencez se regresó en Orizaba, en donde no daba crédito
a lo ocurrido. Culpó a Saligny y Almonte de la falta de un apoyo popular
mexicano que nunca llegó. Mientras tanto, la victoria de Ignacio Zaragoza
corrió como reguero de pólvora. En la ciudad de México y muchos lugares
recibieron con júbilo la noticia. Después de tantos tropiezos y derrotas, los
mexicanos se sobrepusieron ante la adversidad y mostraron la valentía y la
gallardía necesarias para la defensa de la integridad y de la soberanía
nacional.
El ejército francés regresó a Orizaba en donde procuró
replantear una nueva estrategia de ataque y ocupación de la región situada
entre el puerto de Veracruz y Orizaba. Mientras tanto, González Ortega al
frente un batallón compuesto por seis mil soldados arribó a Puebla y junto con
Zaragoza planearon el avance hacia Orizaba. Por su parte Napoleón III organizó
una nueva expedición para salvar el honor del imperio, quedando como
responsable el general Elías Federico Forey.
Este si consideró las recomendaciones de Almonte y
Saligny. Atacaron la ciudad de México, nombraron a una junta de notables para
que preparara la entrada y el nombramiento de un emperador. Con ello, Francia
geopolíticamente aseguraba sus posesiones y pretensiones de ampliar su influencia
en América Latina. En el verano de 1862 arribaron los primeros refuerzos para
apoyar la situación de los invasores que se hallaban en Orizaba molestados por
las fuerzas de Zaragoza. Forey gradualmente se hizo de sitios estratégicos para
de nueva cuenta llegar hasta las inmediaciones de Puebla.
Ahí los mexicanos y franceses se volvieron a enfrentar.
Faltaba la figura de Zaragoza quien murió en septiembre de 1862, tomando el
control militar Jesús González Ortega. El 16 de marzo de 1863, un contingente
formado por 34 mil expedicionarios inició el ataque. El sitio se prolongó dos
meses. La estrategia militar de González Ortaga era debilitar las fuerzas de
Forey para contratacar apoyado por una línea de siete mil hombres al mando de
Ignacio Comonfort, de quienes esperaban romperían el sitio.
Las tropas al mando de Forey entraron a Puebla que se
defendió en forma heroica. Entretanto, la tropa de Comonfort salió con rumbo a
Tlaxcala. Ya no llegaron las armas y los alimentos para los defensores. El 16
de mayo Puebla ya no pudo continuar con el asedio. Ya para el 10 de junio de
1863 los franceses tomaron el control de la ciudad de México. Juárez con su
gabinete itinerante se refugió en el norte.
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