Antonio Guerrero Aguilar, Cronista de Santa Catarina
Una vez un historiador connotado en Coahuila sentenció: “Ustedes los de Nuevo León como tienen
medallas y todos se ponen de acuerdo para entregarlas en el mes de mayo; todos
andan como locos buscándolas para que se las den, mayo es el mes de las
corcholatas”. Seguramente se refiere en tono de burla a las medallas que
las asociaciones, los municipios, el estado y la federación otorgan a quien las
merece o hizo méritos para alcanzarlas. Todas tienen algo en común, son
medallas al mérito cívico o ciudadano en diversos rubros donde se han
distinguido. En el código de Derecho Canónico, se define al mérito como la
relación entre el esfuerzo y la obra. A mi juicio, ya no hay mérito si hay paga
de por medio, pues qué mejor premio el de recibir un salario en el cual una
persona se realiza como tal y además le pagan por hacerlo. Y más en estos
tiempos donde no hay un trabajo y sueldo asegurado.
Los jurados “justifican” su proceder y elección. La
entregan a quienes las merecen; aquellos que realizan una destacada labor sin
recibir pago alguno pues dependen o viven de otra cosa. Entonces destinan su
tiempo libre, horas de descanso y de convivencia familiar en algo que les gusta
o quieren. Pero regularmente en el sistema
de selección pesa más esto: se les otorga a quienes le toca. Un ex
presidente de la sociedad de historia siempre defiende: “las medallas se le dan a quien le toca”. Un destacado historiador
de la localidad, refiere que una medalla es un estímulo para quien la recibe;
para continuar en la brega de la investigación y publicación de textos sobre
historia regional. Ciertamente si consideramos que la presea otorgada
regularmente no va acompañada de un premio en especie, (digamos de carácter
económico) que nos permita aliviar momentáneamente las penurias de escasez a
las que estamos siempre expuestos. Entonces la medalla es un estímulo más bien
moral, de reconocimiento entre los pares. Cuando el actor hollywoodense Gary
Grant recibió un Oscar honorario en 1969, en el discurso ante la academia de
artes cinematográficas mencionó que verdaderamente era un honor recibirlo, pues
los más críticos y acérrimos detractores suelen ser los del mismo gremio. Ahí
tenemos como ejemplo al gran actor cómico Germán Valdés “Tin Tán” que nunca
recibió premios y reconocimientos a su carrera en el cine mexicano.
Para Héctor Jaime Treviño Villarreal (merecedor como
pocos de casi todos los reconocimientos habidos y por haber), las medallas son
para los amigos. Le doy la razón. Quienes deciden la entrega es un grupo o
jurado deliberador y si hay uno a quien le caemos mal, de plano la medalla se
viene abajo. Pero seguramente Héctor Jaime Treviño se refiere al hecho de que
entregar un reconocimiento en primera instancia es un acto de amistad y respeto
solidario a quien se hizo acreedor en esa ocasión.
Originalmente las medallas se otorgaban a quienes
sobresalían con honor y distinción en el campo de batalla. Les colocaban una
insignia, una pieza metálica en forma de moneda, medalla o cruz. En ellas se
ponía el nombre de quien la da, quien la recibe y el mérito por la cual se alcanzó.
Puede ser un fistol (pin), un broche prendido al pecho o colgado al cuello.
Hechas de un material vistoso para todos la aprecien y por qué no decirlo,
despertar malas pasiones y comentarios como aquel que nunca falta: “¿y qué méritos tiene para que se la den a
éste?
Las condecoraciones por méritos adquiridos ante la patria
o el imperio, existen desde tiempos remotos. Los egipcios, griegos y romanos
ponían ramas de laurel, collares, cintos y medallones, ostensiblemente sobre la
cabeza o vestimenta del homenajeado. Los romanos las colocaban en los
estandartes de las legiones como una forma de premiar su arrojo y valentía. Los
cristianos otorgaban cruces o palmas como una forma de señalar la gloria
alcanzada. Ya en la Edad Media, las
facultades universitarias imponían símbolos representativos de los grados
alcanzados: la banda cruzada, la toga, el birrete, el libro o el anillo. Muchas
órdenes militares y ecuestres al servicio de las Cruzadas, también daban
nombramientos y condecoraciones.
La falerística es la disciplina que estudia las insignias
impuestas por un mérito, premio o labor destacada. Es una rama de la
numismática y por lo tanto una ciencia auxiliar de la historia. Hay una
disciplina conocida como medallística que se ocupa del estudio, clasificación e
inventario de las medallas. Las
condecoraciones son elementos o símbolos de distinción entregados a personas o
entidades en señal de reconocimiento. Las medallas son distinciones
individuales cuya finalidad es premiar los actos meritorios o de valentía,
conmemorar acontecimientos determinados o distinguir servicios valiosos o
conductas ejemplares. La falerística se ocupa de las condecoraciones y eso
incluye a las medallas en tanto funcionen como condecoración, es decir, como la
insignia en honor de alguien. Mientras la medallística estudia todas las
medallas, que son piezas metálicas ostensibles sin valor monetario
independientemente de si son o no condecoraciones.
Durante el mes de
mayo, tres instancias civiles hermanadas por la historia, la crónica y la
cultura regional entregan medallas a los miembros o ciudadanos distinguidos: la
Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística entrega desde 1972
la medalla al mérito histórico capitán Alonso de León en tres categorías, ya
sea local, nacional o internacional. Los cronistas municipales de Nuevo León
otorgan la medalla al mérito de la crónica José P. Saldaña y el colegio de
cronistas e historiadores imponen dos preseas: la medalla al mérito de la
investigación histórica Israel Cavazos y la medalla al mérito de la promoción
cultural Celso Garza Guajardo. Como tenemos muchas medallas, el resto de los
organismos civiles, municipales, federales y del estado no entregan
reconocimientos a los cronistas e historiadores.
Los municipios
también las imponen. Regularmente llevan el nombre de alguno de sus fundadores
o hijos ilustres: por ejemplo la de Monterrey se llama Diego de Montemayor y es
la única que premia con dinero en efectivo, la de Santa Catarina se llama
capitán Lucas García y la de San Pedro Garza García en honor a Mónica
Rodríguez. El gobierno de Nuevo León impone en diversas categorías la medalla
Nuevo León al mérito cívico. Recientemente la fundación FEMSA junto con la
Biblioteca Cervantina del Tecnológico de Monterrey instauró un reconocimiento
para quienes investigan la genealogía regional. Los intelectuales de otras
disciplinas rara vez reciben medallas. A cambio les dan becas, ingresan al sistema
nacional de creadores, les consiguen viajes, les publican sus libros con los que
luego obtienen premios nacionales de poesía, cuento, ensayo y otras cosas más
que vienen acompañados por estímulos económicos. Y con ello más o menos la
sobrellevan para continuar con su obra.
En Nuevo León los
historiadores y cronistas más condecorados son Israel Cavazos Garza, Jorge
Pedraza Salinas, Héctor Jaime Treviño Villarreal, Juan Alanís Tamez y María
Luisa Santos Escobedo. Ya desaparecidos Carlos Pérez Maldonado, José P. Saldaña, Raúl Rangel Frías, Aureliano
Tapia Méndez y Celso Garza Guajardo. Reconocidos pero que no las buscaban o
querían: Eugenio del Hoyo, Isidro Vizcaya Canales y Rodrigo Mendirichaga. Los
que nunca aceptaron medallas, fueron los hermanos Tomás y Xavier Mendirichaga. También
hay quien las recibe sin hacer mérito y otros que se dedicaban a impedir que la
entreguen. Respecto a la actitud de reconocer, en cuanto que la gratitud es la
memoria del corazón, tenemos a don Eugenio Garza Sada quien en su ideario Cuauhtémoc
proponía reconocer el mérito en los demás. O Ana María Rabatté con su clásica
frase: “en vida hermano, en vida”. Otros
debemos continuar trabajando para merecer. Mejor aún, dicen que el mejor
reconocimiento es la conciencia de haber cumplido aún y cuando todo se tiene en
contra. Tal y como lo observan los jesuitas, trabajar sin esperar nada a cambio
y todo para mayor gloria de Dios. Pero
la parte humana palpita. Ya pasó el mes de las medallas y al menos no llegaron
al pecho o a los bolsillos de un servidor. Pero eso no obsta para proseguir con
el testimonio de anunciar la grandeza de nuestra historia y denunciar los males
que la destruyen o rebajan. Indudablemente.
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