domingo, 24 de diciembre de 2017

De muertes y balazos rumbo a la Cuesta de los Muertos

Antonio Guerrero Aguilar/

Sin el afán de participar en ámbitos de la información que los medios, continuamente nos hacen llegar, tampoco quiero entrar al ámbito de las noticias amarillistas y tremendas que a fuerza de tanto escuchar y estamos expuestos, provocan un rechazo, hastío o incluso una actitud conformista ante los hechos que vivimos y padecemos en la actualidad. Más bien, haciendo una revisión hacia el pasado, quiero platicarles lo siguiente: el 12 de junio de 1830, el alcalde de Santa Catarina Teodoro García, escribió una carta a Joaquín García, quien ocupaba el cargo de gobernador de Nuevo León. Le hizo saber el hallazgo del cuerpo de una mujer completamente mutilado en el camino que va de Monterrey a Saltillo.


La noticia causó conmoción y sorpresa en la región, en especial a lugares como Monterrey, San Pedro, Santa Catarina, Pesquería Grande y Rinconada. Todo comenzó cuando Joaquín Mireles, vecino de Santa Catarina, acudió con un regidor del ayuntamiento para decirle que vio el cadáver de una mujer desnuda y sin cabeza, con múltiples heridas causadas por un arma blanca. El sitio del crimen era un lugar llamado Charco Verde, cercano a una casa que tenía el denunciante y de un jacal propiedad de Julio Morales. El regidor del cabildo de Santa Catarina acudió acompañado por dos vecinos para dar fe del asesinato. Entonces vieron “el espectáculo más lastimoso que en otros tiempos se ha visto, habiendo seguido el mismo regidor la huella de sangre hasta a distancia de diez pasos, donde estaba cubierta la cabeza de la difunta y tapada con unas lechuguillas, la cual regresó y en unión del cuerpo lo trasladaron a la cárcel de este pueblo donde se ha tenido públicamente para ver si se conoce persona de las que paran a verlo”.

No sabían la identidad de la mujer ni mucho menos quién le había quitado la vida. Mandaron correos a Saltillo, Rinconada y otros pueblos de la región avisando del macabro suceso. Para dar con el sospechoso, dieron la orden de que diez miembros de la milicia cívica de Santa Catarina recorrieran todo el camino, explorando bosques y mogotes existentes entre Santa Catarina y Rinconada, acompañados con uno de los testigos que vieron un día antes a la muerta en el Charco Verde. Por la forma en que ocurrió el asesinato, el gobernador consideró a “este crimen tan horrendo que la misma naturaleza se estremece al oírlo” y en consecuencia ordenó las averiguaciones correspondientes para ubicar al asesino lo más pronto posible. Hasta ahí la información de una carta que se puede ubicar en el Archivo Municipal de Monterrey, en la colección correspondencia, vol. 26, expediente 36. Desconozco si alguna vez dieron con el paradero de quienes arrebataron la vida a esa mujer, en un punto al que ubico posiblemente entre Santa Catarina y el Sesteo de las Aves.

Lamentablemente siempre nos llegan las noticias acerca de la existencia de cuerpos heridos, abandonados o ya sin vida a lo largo del trayecto de Santa Catarina a Ramos Arizpe, Coahuila. El 6 de septiembre de 1863 llegó una brigada al mando del general Julián Quiroga. Con ella venían cuatro mujeres que fueron heridas en el rancho de Carvajal, por lo que mandaron traer a Juan Saldívar que sabía algo de medicina; pero ante la gravedad del asunto prefirió no intervenir y solicitó su traslado hasta Monterrey. Algunos testigos residentes en la Cuesta de Carvajal, dijeron que las cuatro damas venían atrás de la tropa. El alcalde Mariano Rangel hizo las averiguaciones pero los soldados no quisieron hablar. Unos dijeron que solamente oyeron disparos que les provocaron daños a las mujeres.

Una de ellas estaba embarazada y tenía una herida por la espalda, otra tenía el orificio de bala arriba de la cintura. En el interrogatorio dijeron que venían a la retaguardia de la tropa; una seguía a su esposo y la otra al hijo que habían sido muertos en una acción en Puebla. Se sumaron al contingente para regresar a la Villa de Santiago de donde decían ser originarias y procurar el pago por sus servicios. Para mantenerse preparaban las comidas como “vivanderas”.

Cuando arribaron a Monterrey, las llevaron al hospital para ser curadas. Quiroga aceptó la culpa, que les disparó solo para asustarlas pero que no les hizo daño. Ya las había regañado de que no quería verlas entre su gente. Una tenía por nombre Cayetana Lara, originaria de Tepeji del Río, la otra se llamaba María Juana Lugo, originaria de México, sobrina de una de las heridas, quienes formaban parte de un grupo de mujeres que estaban juntas en la mañana cuando fueron a dispararles. Afortunadamente el doctor Gonzalitos sanó sus heridas y finalmente dio la parte de que los daños sufridos no eran de riesgo.


Como se advierte, la historia es cíclica y continuamente vemos como los acontecimientos tienden a repetirse. Lo cierto es que ahora se debe viajar con cuidado y protección.

domingo, 3 de diciembre de 2017

El cura de Nuevo León que no llegó a Cádiz

Antonio Guerrero Aguilar/

En el informe de Simón de Herrera y Leyva del 27 de julio de 1801 al Intendente de las Provincias de Oriente en San Luis Potosí, señala la existencia de sólo dos ayuntamientos, el de Monterrey y el de Linares. Los de Cadereyta y Cerralvo desaparecieron temporalmente, seguramente por problemas económicos.  Monterrey por ejemplo, no tenía los 12 regidores de ley “por no ser de utilidad alguna, ni tener la ciudad fondos de dónde se les asignara sueldo. Sólo tiene dos plazas, que son la de alférez real y alguacil mayor, habilitadas en forma y con títulos por Su Majestad.”  


Para 1803, el Nuevo Reino de León contaba con apenas 43, 739 habitantes.  De los cuales, mil se dedicaban a la minería, 520 a la arriería, 200 a la carretería, 200 a la agricultura, 3, 084 eran pastores y 210 servían en diversos ramos de la industria. Las autoridades reconocían la potencialidad de muchos ramos de  industria que podrían establecerse, pero por falta de dinero y por los pocos sujetos pudientes que hay, todo se queda sin efecto. Indudablemente que la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey era un pueblo pobre y pequeño, en comparación con otras ciudades del virreinato tan importantes como la ciudad de México, Guadalajara, Puebla, Zacatecas o el mismo Saltillo que comenzaba a repuntar. Ciertamente la región prometía algo, prueba de ello es el establecimiento de la diócesis del Nuevo Reino de León en 1777, cuyo obispo titular era  Primo Feliciano Marín de Porras quien estuvo entre 1803 y 1815.

En 1808, las tropas napoleónicas invadieron la península ibérica, sometiendo a los monarcas españoles como portugueses. Como una forma de rechazo a la imposición de las nuevas autoridades, convocaron a una junta legislativa, cuyos trabajos iniciaron el 24 de septiembre de 1810 en San Fernando, para después trasladarse a Cádiz en donde promulgaron una constitución el 19 de marzo de 1812. Las Cortes de Cádiz conformaron un cuerpo legislativo de carácter liberal, capaz de proponer un nuevo orden social en la España de Carlos IV y Fernando VII. Para integrarla fueron convocados representantes de todas las colonias, provincias y virreinatos. Siempre se ha difundido el papel preponderante de don Miguel Ramos Arizpe, quien acudió en representación de la provincia de Coahuila o Nueva Extremadura. Por lo tanto se le reconoce como toda una figura de talla regional y nacional por los aportes que realizó. De pronto surge la interrogante: ¿quién acudió por el Nuevo Reino de León? Tenemos referencias de que hubo un decreto del 14 de febrero de 1810, convocando la selección de un diputado representante a las Cortes de Cádiz.

El cabildo de la ciudad de Monterrey eligió el 19 de junio de 1810 al padre Juan José de la Garza y de la Garza como diputado por el Nuevo Reino de León. Es poco lo que se sabe del sacerdote. La información existente se la debemos al padre José Antonio Portillo, quien lo hace  párroco en San Gregorio de Cerralvo entre 1784 y 1788. Cura interino y juez eclesiástico del Valle del Guajuco entre marzo de 1793 hasta septiembre de 1796. En éste año recibió el título de maestro de teología escolástica en el Seminario de Monterrey. Luego lo vemos como  teniente de cura de Monterrey entre 1799 y 1800, finalmente cura de la parroquia de Monterrey en 1800, notario revisor en 1805, licenciado (1802) y doctor en teología por la Universidad de Guadalajara, canónigo doctoral del cabildo de la catedral en 1807 y finalmente diputado a las Cortes de Cádiz entre 1811 y 1812.

No se sabe el lugar de nacimiento. Ni los nombres de la terna que conformó para su elección y la fecha de la misma. Incluso hasta su nombre no aparece como legislador en las Cortes. Me dice Sergio Reséndiz Boone, historiador de Coahuila que su nombre se diluye en el tiempo, pues muchos de los representantes por alguna circunstancia no alcanzaron a llegar a cumplir con su encargo. Efectivamente, en septiembre de 1810 se desató una epidemia de fiebre amarilla que afectó a 60 diputados y provocó la muerte de 15 de ellos, entre los que figura el representante de Sinaloa y Sonora.

A principios del siglo XIX, el Nuevo Reino de León contaba solo con una ciudad, la de Monterrey, varias  villas con sus respectivos cabildos, Cerralvo, Cadereyta, Linares, San Miguel de Aguayo, Guadalupe, Hualahuises y Marín. Gracias a las leyes de Cádiz, se estableció que los pueblos con más de mil habitantes, pudieran constituirse en municipios gobernados por un alcalde y su respectivo cabildo. Aprovechando la coyuntura, Agualeguas, Boca de Leones (Villaldama), Lampazos, Santiago del Guajuco, Vallecillo, Salinas, Sabinas, China, Pueblito o Cañón de Guadalupe (Hidalgo), Santa Catarina, Pilón (Montemorelos), Mota (General Terán), Pesquería Grande (García) y Río Blanco (Aramberri) solicitaron su deseo de conformar su cabildo y ser consideradas villas. Igualmente, se abrió la posibilidad para la creación de diputaciones provinciales, base de la conformación de los estados.



Independientemente de su obra y las repercusiones que tuvo en comparación con otros constituyentes de Cádiz, debemos recuperar y honrar la figura del padre Juan José de la Garza, el representante nuevoleonés que partió rumbo a Cádiz.

domingo, 12 de noviembre de 2017

La mujer norestense y su participación en la lucha armada

Antonio Guerrero Aguilar/

Los tribunos y poetas del siglo XIX vieron a la mujer como la madre de la patria, la consideraban los labios y el corazón de la nación. A decir verdad representan más que eso en un país como México, en donde tratan a la mujer como pasión, muerte y destino a decir de Octavio Paz. Contrario a lo que se cree, hubo no pocas mujeres que participaron en los cuatro movimientos militares más importantes de nuestra historia como lo son la lucha por la insurgencia, la invasión norteamericana, la guerra de la Reforma que también abarca hasta la invasión francesa y el imperio fallido de Maximiliano y la revolución. De acuerdo a las cifras oficiales, existen registradas poco más de mil 500 mujeres que le entraron a la lucha armada en estos 200 años.


Regularmente se piensa que a la guerra van los hombres más bragados y valientes. Se nos olvida que también hubo mujeres de armas tomar. Tal vez esto se deba a la negación de la mujer como sujeto de acción militar, pues tradicionalmente hacemos a la mujer en el hogar, la familia y el cuidado de los hijos y la cocina. Hay muchas sentencias populares al respecto, “mujer que no sabe hacer tortillas de harina, ni chiles rellenos no está apta para el matrimonio”,buena pa´l petate pero mala pa´l metate”, “la mujer como la carabina, siempre cargada y arrinconada”. Si además le agregamos la postura de la historia oficial que se empeña en censurar y a desaparecer los testimonios populares, que hablan mal de la mujer para privilegiar al hombre. Por ello, aquí van algunos esbozos de mujeres del noreste que se distinguieron por ser de armas tomar.

Allá en el Nuevo Santander vivió Isidora Valle, a quien fusilaron el 20 de mayo 1815 en la Villa de Aguayo, (actual Ciudad Victoria, Tamaulipas), junto con otros insurgentes que se habían sumado al grito de libertad y de independencia que el padre Hidalgo había proclamado en 1810. Ella siguió a los rebeldes que pelearon contra el régimen del entonces gobernador del Nuevo Santander don Manuel Iturbe, entre los que destacaban Bernardo “El Indio Huacal”, Martín Gómez de Lara y otros que cayeron derrotados por Joaquín de Arredondo y su fuerza compuesta por solo 200 hombres. Isidora tuvo la fortaleza de servir como correo, como proveedora de alimentos y municiones a los alzados. Fue una efectiva informante entre los más recónditos lugares de la sierra de Tamaulipas. Después de su ejecución, su cabeza fue llevada a Ocampo, Tamaulipas, (antigua Santa Bárbara), para que todos vieran lo se hacía en contra de los insurrectos.

De Cadereyta tenemos a Leonarda González. Durante la invasión francesa participó activamente como correo del Cuerpo de Caballería y también como mujer entrona que no temía a la muerte ni a los golpes. Entre su vestido y enaguas, lo mismo guardaba mensajes, cargas de pólvora y medicinas. Hasta instrumentos musicales llevaba a las tropas para que se divirtieran en los momentos de distracción.  Ella murió en Santa Catarina el 26 de octubre de 1878, de 45 años de edad, ya viuda de Luis Sandoval.

Hay una dama que en vida llevó el nombre de María de Jesús de la Rosa, quien inspiró al Corrido de Jesusita en Chihuahua y de  la canción de la Coronela. Al morir su esposo, (un hombre de apellido Garza) tomó su caballo y sus armas y se lanzó a la revolución. También organizó una fuerza que al grito de “¡Órale Muchachos!” se lanzaban a la lucha. Jesusita portaba dos pistolas ocultas en sus enaguas, un fusil amarrado a la espalda y una pistola en la cintura. Nació en Parras de la Fuente, Coahuila en 1892 y militó en los bandos que hicieron posible la derrota del usurpador Victoriano Huerta. Por entrona fue ama y señora de las tropas constitucionalistas. Para 1918 vivía en la hacienda Larraldeña de Sabinas Hidalgo y a partir de 1920 residió en Nuevo Laredo en donde adquirió unos terrenos que poco antes de morir donó para que en ellos se construyera una escuela. Ella falleció en 1957 sin dejar descendencia.

Otra canción típica de la revolución es la de Marieta, que nos habla de una mujer coqueta y que en consecuencia de serlo, le advierten que no lo sea, porque los hombres prometen mucho y cumplen poco y además lo que dan son puros palos. Probablemente la letra de ésta canción está dedicada a una mujer de nombre Marieta Martínez que por andar peleando en el bando contrario fue mandada fusilar por Pascual Orozco. Pero la música es más antigua de lo que parece, pues existen partituras que datan de fines del siglo XIX y que en 1910 fue registrada como una polka de piano. Hay versiones francesas e italianas muy populares y con letras similar a la que cantamos en México. Aunque su autoría de acuerdo a un disco que vi, se le atribuye a un señor llamado Samuel M. Lozano.

Pero no todas las mujeres de armas tomar han inspirado canciones o corridos. No obstante, con su pluma hicieron temblar a más de un batallón y al menos a dos presidentes, uno de los Estados Unidos y el otro ni más ni menos que don Porfirio Díaz. Ella se llamó Andrea Villarreal González, nacida en 1881 en Lampazos del Naranjo, hermana de don Antonio I. Villarreal, uno de los líderes de la División del Noreste que peleó a favor del constitucionalismo. Siendo joven y muy guapa, siguió a su hermano cuando fue escapó a los Estados Unidos. Allá se dedicó a escribir artículos en contra del régimen y se afilió a un club magonista. Incluso criticó al presidente de los Estados Unidos por estar apoyando indirectamente a don Porfirio.

Fue amenazada, pero siguió escribiendo en beneficio de la revolución mexicana. Regresó a México y se quedó a vivir en Monterrey, en donde murió en 1963, sin descendencia y sumida en la pobreza. Junto con su hermana Teresa se dedicó al proceso de liberación femenina entendida como proyecto de utopía por alcanzar. Tenemos en Monterrey dos estudiosas de ella, como lo son Aurora Díaz de García y Griselda Zárate. Para darnos cuenta de lo combativa que era, un verso suyo dice: “Los estandartes de la Revolución se izarán en la patria de los aztecas y nuestros bandidos alzarán el hermoso grito de ¡Viva la libertad!, ¡Abajo el mal gobierno!”

Otra mujer que se distinguió en el campo de batalla como en la promoción de las ideas, fue doña Consuelo Peña de Villarreal, quien nació en Monclova en 1896. Participó activamente al lado de su padre y de su esposo en el movimiento carrancista, ya sea como enfermera o como mujer de armas tomar. Escribió una obra llamada La Revolución en el Norte en la que recupera historias basadas en lo que vio.


Pero estos casos no son los únicos, desde 1813 andaban mujeres cuidando a sus maridos, amamantando a sus hijos, alimentando a la tropa y curando a los heridos. Sabemos de féminas que participaron en el ataque a Monterrey en julio de 1813 y en el sitio a la antigua Pesquería Grande, actual García, Nuevo León. Hubo dos que pelearon en la línea mexicana durante el “Sitio de Monterrey” en septiembre de 1846. Una se llamaba Josefa Zozaya y la otra María Dosamantes.  

Hay mucho que hablar y tratar de la mujer en la historia, ya sea nacional como regional. Espero que estos ejemplos inspiren y propongan nuevas líneas de investigación de cada una de ellas.

domingo, 5 de noviembre de 2017

La Décima Musa: Sor Juana Inés de la Cruz

Antonio Guerrero Aguilar/

Dicen que el mexicano tiene una conducta barroca, expresada en la forma de hablar con muchos adjetivos y rodeos. Nuestra forma de ser un poco o un tanto complicada, tendiente a vivir la vida siempre en extremos. La mentalidad barroca de los siglos XVII y XVIII, postulaba un mundo fragmentado e incompleto, en continuo proceso de desarrollo. Por ello concebía al individuo como un ser capaz de inventar estrategias, artes y cosas para integrarse a ese desarrollo.  Ese sentido se refleja tanto en el arte como en otras esferas sociales de la Nueva España. Por cierto, barroco es una palabra de origen portugués que literalmente significa profusión y abundancia, aplicada originalmente a los adornos de los retablos, templos y demás construcciones de la Nueva España.

Se considera a Sor Juana Inés de la Cruz como una escritora barroca. Ella escribía desde el claustro de un convento y desde una perspectiva femenina, experimentaba la mentalidad en crisis de la época que invadía al imperio español. Por ejemplo, la monja jerónima produjo su versión de una batalla de sexos para superar la inestabilidad que amenazaba la formación intelectual y espiritual de la persona, especialmente en un ambiente que no admitía fácilmente la entrada de las mujeres a las instituciones rectoras de su tiempo.

Sor Juana Inés de la Cruz nació en San Miguel de Nepantla, Estado de México el 12 de noviembre de 1651, aunque algunos especialistas como Guillermo Ramírez España y Alberto G. Salceda, sostienen que en vio la luz tres años antes. Ellos localizaron su fe de bautizo, realizado el 2 de diciembre de 1648 en la parroquia de Chimalhuacan en Chalco con el nombre de Inés, hija natural de Isabel Ramírez de Cantillana. Fueron sus padrinos Miguel y Beatriz Ramírez. Además tuvo dos hermanas, Josefa María y María de Azuaje.


Sor Juana aprendió a leer a la edad de tres años. Ella misma escribió: “dediqué el deseo de leer muchos libros varios que tenía mi abuelo, sin que bastasen los castigos y represiones a estorbarlo”. Por su clara inclinación al estudio, siendo niña solicitó a su madre que la enviara a la Ciudad de México vestida de varón para poder asistir a la universidad.  A pesar de lo adverso a la educación intelectual femenina, logró una excelente formación humanística. Siendo una adolecente hablaba y leía el latín. Por su bella y delicada presencia, para 1665 figuraba como dama de la virreina marquesa de Mancera. Al poco tiempo ingresó al convento de la orden de las carmelitas de donde pasó después al convento de San Jerónimo.

Ahí desde la celda y la biblioteca del convento, escribió poesía, obras de teatro  y literatura en prosa. Se sabe por testimonios de su época que cuando no se aprendía o dominaba algo, se cortaba dos dedos su cabello, pues decía que no era posible que su cabeza estuviera poblada de cabellos y no de conocimientos. Tuvo dificultades con sus directores espirituales que le prohibieron estudiar. Existen cartas en donde refutaba la postura de sus confesores. Entre sus escritos sobresalen algunos autos sacramentales como: El cerco de José, El Mártir del Sacramento, El divino Narciso, las comedias: Los empeños de una casa, Amor es más laberinto y varias poesías como Inundación Castálida; Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, algunas loas y sainetes.

Por todo lo adverso que tenía, hace una defensa de la mujer. Son muy conocidos los versos que tratan  de ello: Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón,/sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis./ Sin con ansia sin igual/ solicitáis su desdén/ ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?/Combatís su resistencia/ y luego no gravedad,/ decís que fue liviandad/ lo que hizo la diligencia./Cuál mayor culpa ha tenido,/ en una pasión errada:/ la que cae de rogada, / o que ruega de caído?/¿O cuál es más culpa,/ aunque cualquiera mal haga:/ la que peca por la paga,/ o el que paga por pecar?/ Pues ¿para qué os espantáis de la culpa que tenéis?/ Queredlas cual las hacéis/ o hacedlas cual las buscáis.

En 1692 hubo fuertes lluvias e inundaciones en la capital del virreinato. Llegaron las plagas y a falta de alimentos, los pobladores se amotinaron el 8 de junio de 1692. Las epidemias continuaron y en consecuencia murió el 17 de abril de 1695 en la Ciudad de México. Dos meses exactos antes había fallecido su confesor el padre Núñez de Miranda.

Dominó casi todos los campos del saber. En su obra, vemos la preocupación por la equidad entre hombres y mujeres, en el acceso a las mismas oportunidades de instrucción y su constante negación a los clásicos atributos femeninos, tales como la frivolidad, la coquetería, inconstancia, superstición, chismes. A cambio, promueve la aspiración a la autonomía de la conducta de la propia vida. Sin duda alguna, Sor Juana reúne todo para ser catalogada como un genio literario de la época, por su amplitud de miras, la reivindicación de un verdadero cambio y la solidaridad. Sin duda alguna; el prototipo feminista recae en ella. Por su genio intelectual es llamada El Fénix de México y la Décima Musa.

Durante el sexenio de José López Portillo, encontraron sus restos mortales en lo que fue parte del convento en donde vivía. Dicen que al saber de ello, la señora Margarita López Portillo, entonces titular de Radio, Televisión y Cinematografía del gobierno federal, solicitó que le llevaran el tocado y parte del hábito distintivo de Sor Juana. Luego se consiguió que en ese sitio se estableciera el llamado Claustro de Sor Juana. En la década de los 1980 fue localizada una carta de ella en la biblioteca del Seminario de Monterrey en la cual renuncia a su confesor asignado y que el Padre Aureliano Tapia Méndez publicó después con mucho éxito.


Debemos cambiar la imagen de ésta mujer inquieta y ávida de conocimientos que aparece en los billetes de 200 pesos. Una mujer que inclusive cuidó su aspecto físico, pues dicen que usaba zapatos de tacón dentro del convento, tenía una sirvienta a su lado y que con su grandeza social soportó y enfrentó las más crueles críticas en torno a su origen y vocación por el estudio y la escritura. Por cierto, “sorella” es una palabra italiana que significa hermana. De ahí que designemos a las religiosas como sor, que es una contracción de “sorella”.


domingo, 27 de agosto de 2017

Los Urdiales, Nuevo León

Antonio Guerrero Aguilar/

Entre 1986 y 1987 tuve la oportunidad de colaborar en el trabajo pastoral de la comunidad del templo de nuestra señora del Carmen en la colonia Urdiales. En ese periodo estaban construyendo un puente entre el cruce de la avenida Gonzalitos y Paseo de los Leones. El camión de la ruta 25 entraba por la antigua avenida Urdiales, ahora llamada Eduardo Aguirre Pequeño, para después pasar por la calle Popocatépetl. En la esquina con Pico de Orizaba aparecía una antigua construcción de sillar. Una cuadra después, se presentaba una plaza típica de pueblo y enfrente un templo. La casa como el templo parecían vetustas construcciones de sillar y sobresalían del resto de las casas de los alrededores.

Precisamente el templo como la casona son las únicas que quedan de la antigua comunidad de Los Urdiales, ahora considerada como una colonia más de Monterrey. Pero hace más de cien años, fue la segunda comunidad agrícola más importante de Monterrey, después del Topo Chico y antes que San Jerónimo. De  hacienda, luego congregación y colonia, gradualmente se fue integrando a la mancha urbana hasta que quedó encerrada entre bodegas, fraccionamientos industriales y colonias. Al principiar la década de los 1970 la comunidad de Los Urdiales fue dividida en dos por la avenida Gonzalitos.

El templo aunque pequeño, ostenta una arquitectura austera y sencilla pero a la vez muy interesante. En el coro del templo se ven unas fechas “1876-1896”, que indican el inicio como la conclusión del edificio. Con el correr del tiempo, tuve la oportunidad de buscar información en el Archivo Histórico Municipal de Santa Catarina (1987-1991) y en algunas obras de carácter histórico y con ello pude conformar un esbozo histórico de la antigua comunidad de Los Urdiales. Parte de la investigación fue publicada en la sección Cumbres del diario El Norte en mayo de 1990. Pero los datos más amplios y específicos permanecían inéditos. Es por eso que presento una síntesis histórica de los Urdiales, para que Ustedes tengan una idea de lo importante que tuvo ésta comunidad para la historia de Monterrey.

La comunidad de Los Urdiales fue una de las haciendas que conformaban la municipalidad de Monterrey entre el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, junto con San Bernabé del Topo Chico, los Tijerina, Gutiérrez, Doctor Gonzalitos, San Jerónimo, el mineral de San Pedro, el Ancón, Labores Nuevas, los Cristales y Los Urdiales. Los ranchos eran Piedra Parada, la Hedionda Chica, las Boquillas y los Remates. Con el crecimiento de la mancha urbana, esos poblados se fueron fusionando o integrando a nuevos centros habitacionales; convertidos en colonias, perdiendo con ello su categoría de congregaciones y pueblos.

Un informe correspondiente a los primeros años del siglo XX, situaba a Los Urdiales a 6,285 kilómetros al noroeste de la plaza Zaragoza. Asentado  en un pequeño valle que se formaba rodeado de las estribaciones de la sierra de las Mitras, el cerro del Topo y del Obispado. Para llegar al viejo casco de la hacienda, se salía de Monterrey por la calle de Aramberri; se pasaba por entre los dos panteones, el del Carmen y Dolores. Al llegar a fleteros y la cigarrera, se cruzaba las vías de ferrocarril y Madero. Ahí comenzaba la antigua avenida Urdiales que pasaba cerca de las facultades de Medicina y Odontología y a menos de medio kilómetro aparecía el centro agropecuario en donde sobresalían las fincas rústicas, un gran centro productor de lácteos, los corrales y los montes en donde pastaban las vacas, las cabras y las aves de corral.

En los señoríos territoriales de la hacienda, ahora se levantan las colonias Mitras centro, sur, parte de la norte y el fraccionamiento Bernardo Reyes, un sector de las colonias Cumbres y Vista Hermosa, todo el campus de la salud de la UANL, los panteones El Tepeyac y el Roble y el gimnasio Nuevo León.  La vieja comunidad agrícola fue absorbida por la mancha urbana y con ello, perdió a sus viejos habitantes y sus costumbres. Ciertamente ganó otras de carácter urbano. Actualmente ésta zona habitacional es una colonia más de Monterrey, pero en su tiempo llegó a ser la tercera comunidad más importante después de la ciudad capital y del Topo Chico. ¿Quién no recuerda a sus bailes y demás diversiones a las que asistían personas de los alrededores? Las visitas para comprar huevos o productos lácteos. Para quienes llegaron a residir en la naciente colonia Mitras a mediados del siglo XX, un pueblo, un rancho más cercano a las colonias circunvecinas.

El apelativo Urdiales es originario de Castro, provincia de Santander, España. Su origen viene del vasco Urda que significa pasto y del sufijo Ales: literalmente es el terreno sembrado de pasto. A su vez, Ordio viene del latín Hordeum que significa cebada. El primer poblador aparentemente originario de Guanajuato, que habitó el Nuevo Reino de León es José Urdiales, quien acompañó al capitán Alonso de León en la expedición para buscar a los franceses que habían establecido un fuerte en las cercanías en las costas de Texas, próximas a Corpus Christi el 27 de marzo de 1689. Durante el siglo XVIII había algunas familias con éste apellido, teniendo sus residencias en un lugar situado al poniente de la Plaza de Armas, entre el camino real a Saltillo y el río Santa Catarina. Otros Urdiales vivían cerca del Ojo de Agua de Santa Lucía y hasta había un barrio conocido como “Las Urdialitas”. En el siglo XIX y XX encontramos personas de apellido Urdiales en censos correspondientes de Santa Catarina como en Garza García.

En la hacienda de Los Urdiales había labores de riego y terrenos en donde pastaban y criaban ganados mayores y menores. Los Urdiales fue establecida gracias a los esfuerzos de los hermanos José Ángel y Pedro Urdiales quienes consiguieron mercedes de tierra para formar una hacienda en 1845. Al año siguiente, un destacamento al mando de Zacarías Taylor se quedó en las inmediaciones del lugar, para arribar a San Jerónimo en donde inició el asedio a la ciudad de Monterrey en septiembre de 1846. Para 1861 la hacienda estaba situada rumbo al camino a Villa de García y al Topo Chico y por sus terrenos pasaba el ferrocarril al Topo. Tenía una extensión territorial de dos sitios de ganado mayor, equivalentes a 3, 530 hectáreas. El pueblo estaba compuesto por 63 fincas, dos de ellas consideradas como rústicas con un valor de mil 400 pesos a principios del siglo XX y los sitios mayores en 600 pesos. Los terrenos como las propiedades estaban valuadas en dos mil pesos.

Los vecinos organizados en un régimen comunal se dedicaban a la agricultura y a la ganadería. Era un pueblo próspero que cosechaba cantidades considerables de maíz y caña de azúcar;  por ello había algunos trapiches y moliendas de piloncillo en el lugar. La hacienda tenía su saca de agua y otros remanentes procedentes de San Jerónimo. También había terrenos de agostadero en donde la población criaba y cuidaba en orden de importancia el ganado porcino, vacuno, caballar, asnal y mular. Las fincas mantenían sitios arbolados en donde predominaban los aguacatales, las anacuas y los nogales, mientras que en los montes de los alrededores; las ayas, sauces, álamos, mezquites, duraznillos, barretas, moras, naranjos, granjenos, canelos, chaparros y huizaches.


El 9 de abril de 1886, estaban unos 25 o 30 hombres armados en el puerto del Durazno, en los límites de Santa Catarina y Villa de García, a inmediaciones del cerro de las Mitras. Dicen los informes que de vez en cuando tiraban balazos y lanzaban vivas sin precisar a quién. Toda la parte norte de Monterrey y General Escobedo y García, estaban expuestos a la inseguridad y a los ataques. Por ejemplo, en el puerto de Durazno había tres bandidos que se habían enfrentado a una fuerza de Villa de García. Enviaron a unos 20 vecinos de Santa Catarina para perseguirlos hasta un lugar conocido como El Encinal cercano al cerro de las Mitras. De ahí se pasaron a San José y finalmente a Los Urdiales en Monterrey.

domingo, 20 de agosto de 2017

El Castillo del Arte y la Cultura

Antonio Guerrero Aguilar/ 

Propiamente yo crecí en un ambiente feudal. En 1969 mis padres nos llevaron a habitar una casa en la calle 10 de Mayo número 318. Era la última casa del pueblo, al pie de la montaña conocida como La Ventana. Tenía por patio a una buena extensión de terreno en donde sobresalían dos lomas a la que llamaban del Frijolillo y de la Santa Cruz. En la calle 10 de Mayo junto a la calle de la Santa Cruz había un parque llamado Miguel Hidalgo. Ahí una placa daba testimonio que Alfonso Martínez Domínguez lo había donado al pueblo de Santa Catarina entre 1964 y 1966, siendo alcalde Fidel Ayala Rodríguez. Sobre unas estructuras de piedra, estaba un busto del padre de la Patria, con algunos juegos metálicos y otros de concreto. Por el parque accedíamos a una pequeña ermita en donde estaba una imagen de nuestra señora de Lourdes en donde se reunían las vecinas para rezar el rosario. En ese lugar crecí y viví entre 1969 y 1975. El barrio del castillo, compuesto por las calles 10 de mayo y Segunda Avenida, Corregidora, Santa Anita y Santa Cruz, tan característico por el castillo que señorea en el entorno. Para quienes transitan por nuestro municipio se preguntan acerca del inmueble edificado sobre una loma. Causa extrañeza y curiosidad. De pronto se cuestionan sobre lo que es y significa para nuestra historia.

A la loma de la Santa Cruz también se le conoce como la “loma Pelona” por carecer de vegetación. Fue adquirida por Manuel Frías, en 20 mil pesos para edificar un castillo, entre 1951 y 1955. Manuel Frías nació en Monterrey en 1896, era hijo de Manuel Frías y Concepción García. Aprendió pintura y escultura de forma autodidacta. Fue miembro honorario del club de Leones de Santa Catarina cuando se fundó en 1960. Pintó tres murales, uno está en la sede del club, otro en la sala de cabildo de la presidencia municipal realizado entre 1964 y 1966 y otro en el castillo lamentablemente destruido. También diseñó el busto de Benito Juárez que se encuentra en la plaza principal de San Pedro Garza García. Residía en Monterrey en donde se dedicaba a la industria mueblera. Murió el 7 de octubre de 1982 en Monterrey.

Don Manuel diseñó todo el proyecto para el castillo. Primero construyó un camino hasta la cima. Apoyado por un grupo de albañiles logró nivelar el terreno, levantar el edificio y dejar un sótano; ahí moldeó unas galerías que simulaban unas grutas repletas de estalactitas y estalagmitas de concreto y yeso; que orgullosamente presentaba a los visitantes como una copia de las Grutas de García. En las terrazas del castillo instaló reproducciones del calendario azteca, una cabeza olmeca, la imagen del dios prehispánico de la primavera, una enorme olla, dos serpientes emplumadas que cuidaban la entrada de la sala, una fuente y una mesa de concreto con mosaico. Consta con dos niveles (además del sótano) con cuatro torreones, amplias terrazas de acceso y cuatro habitaciones para uso personal. Tiene una sala estancia en forma octagonal en la que estaba el mural de 9 metros de largo por tres de ancho, realizado en 1956, en donde se podían apreciar las principales montañas que rodean a Monterrey. Don Manuel atendía el local los fines de semana, para que los turistas pudieran conocer sus trabajos. Incluso una aventurita de Pipo se rodó en éste lugar en 1969.

Para llegar al mismo deben seguir por la avenida Manuel Ordóñez con rumbo al poniente. Está a tres cuadras pasando la Ixtlera. Pueden subir con su vehículo pero con precaución, un camino sinuoso y empedrado los espera. Lo mejor es dejar el auto  y caminar para ver el paisaje. Se quedarán asombrados de la vista que se puede hacer por todos lados. La subida a píe se hacía por Santa Anita y 10 de Mayo. Aún está la ermita en donde alguna vez estuvo la imagen de la virgen de Lourdes y ahora está la de nuestra señora de Guadalupe. La casa amarilla al píe de la loma está en mal estado y muchos de los terrenos de los alrededores fueron adquiridos por particulares quienes tienen por patio una loma con un castillo. Por el lado sur se llega a otra lomita que servía como mirador y de ahí hasta la parte alta de la loma.

Este castillo del arte y de la cultura, fue obra de un solo hombre; que invirtió años de dedicación, recursos y esfuerzos. Fue una de las primeras galerías para exponer obras de arte en Nuevo León a partir de 1955. A simple vista parece un castillo de cuentos de hadas, pero en realidad era el Castillo del Arte y de la Cultura. Y fue construido con la ilusión de ser un orgullo para Santa Catarina y otro atractivo turístico más en la región. A la muerte de Manuel Frías en 1982, la galería de arte fue totalmente destruida. Lamentablemente fue dañado por el vandalismo y el mural emblemático fue borrado durante la restauración del inmueble en 1992.


En 1991 la señora Teresa García de Sepúlveda dispuso con la familia Frías el rescate del Castillo; para hacer de él una casa de la cultura, museo, archivo y hasta la sede del Consejo Promotor del Arte y la Cultura de Santa Catarina. Luego los munícipes Atanasio González Puente, Arturo Ayala y Alejandro Páez lo dejaron como academia de policía (1992-1998). Humberto González Garibaldi lo destinó para oficinas de promoción económica y turística pero al desaparecer la dependencia municipal, el sitio quedó abandonado hasta el 2008. En el 2006 pensaron trasladar el archivo municipal y dejarlo como museo histórico, pero las condiciones de humedad y de inseguridad evitaron la apertura. Siendo alcalde Dionisio Herrera lo prestó para la rehabilitación de jóvenes con algunas adicciones. A mi juicio urge su rehabilitación para fines culturales, como centro de desarrollo comunitario y sede para talleres artísticos y hasta deportivos.

viernes, 4 de agosto de 2017

Chipinque: del valle de las Salinas a la Sierra Madre

Antonio Guerrero Aguilar/

Para don Humberto Buentello Chapa, el nombre de Chipinque se refiere a un cacique indígena que asolaba la región del valle de las Salinas durante el siglo XVII. Para otros, la palabra está relacionada con el vocablo de origen náhuatl "chichipinqui" cuyo significado se traduce como llovizna o lluvia pequeña. Por eso cuando no llueve tan fuerte, decimos “está el puro chipi chipi”; la famosa lluvia moja tontos por no decir la otra palabra tan generalizada. Hay dos Chipinques en Nuevo León: la cabecera  de El Carmen, municipio situado en el antiguo valle de las Salinas y el paraje de la meseta al pie de la formación rocosa conocida como la M en la Sierra Madre Oriental, también llamada sierra de la Huasteca  o Anáhuac perteneciente a San Pedro Garza García. El primer Chipinque fue establecido poco antes de 1626, cuando Bernabé de las Casas otorgó unas tierras como dote a su hija María de las Casas, situadas en el valle de las Salinas llamadas el puesto de El Chipinque. Estas pertenecieron a María y a su esposo Juan Alonso Lobo Guerrero, convertida en una de las haciendas más antiguas en la cual beneficiaban metales y se labraba la tierra gracias a la abundancia del agua. Al morir éstos, vendieron las tierras a sus tíos Diego de Villarreal y Beatriz de las Casas. Al constituirse la municipalidad de Abasolo el 5 de abril de 1827, El Chipinque pasó a formar parte de su jurisdicción. Pero el 5 de febrero de 1852 se separó para formar un nuevo   municipio al que llamaron El Carmen.


El otro Chipinque está en la Sierra Madre Oriental. El territorio perteneciente al actual municipio de San Pedro Garza García, tiene su origen en una merced de tierras otorgada por Diego de Montemayor a favor de Diego Rodríguez, las cuales abarcaban un sitio de ganado mayor, uno de ganado menor y ocho caballerías de tierra en el paraje Los Nogales. En 1624 pasaron a formar parte del matrimonio entre la hija de Diego Rodríguez y Sebastiana Teviño llamada Mónica, quien se casó con Miguel de Montemayor. Estas tierras se acrecentaron por el rumbo del valle del Huajuco en donde los Rodríguez de Montemayor formaron haciendas y familias. Por la calidad de la tierra y las aguas, la hacienda de los Nogales seguramente fue de las mejores de todo el reino. Estuvo  al cuidado del valle de San Pedro y luego perteneciente a la municipalidad de Garza García.

Estos terrenos correspondientes a la sierra de la Huasteca y conocidas como de Anáhuac, pertenecieron a Rafael García Garza. Su hijo Antonio García a nombre de la familia, vendió a Prisciliano Siller el 15 de enero de 1877 todos los terrenos que les pertenecían situados en la Sierra Madre. En un plano de 1906 aparece un lugar en la montaña perteneciente a la familia Siller llamándole Chipinque, dentro de la Comunidad de Accionistas de la antigua hacienda de San Pedro. Para José Flor Navarro fueron  Pedro Tijerina y Julián Cisneros, unos excursionistas del Círculo Mercantil Mutualista de Monterrey quienes le pusieron Chipinque en 1918. Anteriormente a la meseta se le conocía como la Mesa del Pelotazo, en alusión al tiro de arcabuz.

Cuando el general Juan Andrew Almazán fue jefe de operaciones militares en Nuevo León, compró parte de una extensión de tierras a la familia Siller poco antes de 1936; ahí mandó hacer una colonia veraniega llamada Olinalá en honor al pueblo en el cual nació en el estado de Guerrero. Dispuso la construcción de un camino rumbo a Chipinque, el cual incluía un puente que pasaba por el río Santa Catarina cerca de San Jerónimo. Este subía por un lugar llamado Los Puertecitos en la Loma Larga, por donde ahora está la escultura de la Diana y bajaba para adentrarse a las labores de la llamada La Décima. Los trabajos de construcción estuvieron dirigidos por el general Rodolfo Herrero. Estas obras propiciaron un eje vial del cual partía una avenida llamada Libertad hacia el norte, hoy Gonzalitos; al este la calle Hidalgo, al oeste San Jerónimo y al sur la carretera a Chipinque.

Por fin, fueron inauguradas el sábado 7 de septiembre de 1935, comprendiendo el puente y la carretera a Chipinque. Ya con un acceso seguro y formal, el paraje se hizo famoso por su importancia y belleza. Se construyó un magnífico edificio que sirvió como restaurante el cual debió cerrar a fines de 1936 por incosteable; pero el lugar se convirtió en un atractivo turístico, pues el entorno montañoso comprendía un bosque cercano a la ciudad de Monterrey, con todas las ventajas climáticas en contra de los fuertes calorones que se sienten en la región. En 1939 toda la Sierra Madre y algunas zonas montañosas situadas en los municipios circunvecinos de Monterrey, fueron declaradas como patrimonio del Parque Nacional Cumbres de Monterrey, el cual abarca la sierra de la Silla, toda la sierra comprendida entre Garza García, Santa Catarina y Santiago. En septiembre de 1976, siendo alcalde el ingeniero Enrique García Leal, se aprobó la disposición de cambiarle el nombre al camino a Chipinque, por Manuel Gómez Morín en honor al ilustre abogado quien fuera rector de la UNAM, director del Banco de México y fundador del Partido Acción Nacional en 1939.


En agosto de 1989, el gobernador del estado, el Lic. Jorge Treviño Martínez aprobó la expropiación de dos mil 300 hectáreas del Parque Ecológico Chipinque, ubicado dentro del Parque Nacional Cumbres de Monterrey. Esta parte de la montaña se convirtió en patrimonio de Nuevo León, ubicada en los terrenos localizados en el municipio de San Pedro Garza García. Debido a presiones de inversionistas y desarrolladores inmobiliarios, la zona natural protegida acortó su jurisdicción territorial, pues casi toda la zona metropolitana de Nuevo León estaba dentro de la declaratoria oficial del parque Cumbres de Monterrey. Luego las familias que se quedaron con la mayoría de los terrenos,  recuperaron el control de algunos sitios importantes de Chipinque.

Entonces el presidente Ernesto Zedillo redimensionó las porciones dentro del parque quedando el cerro de la Silla, la zona cercana a Chipinque y unos cientos de hectáreas dentro de la Sierra Madre de Santa Catarina, Santiago y García.  Mediante decreto oficial de 1992, Chipinque quedó como parque ecológico con una vocación específica para la recreación y la conservación. Se formalizó un patronato integrado por el gobierno de Nuevo León y la iniciativa privada, representada por siete de las más importantes corporaciones del país. El área total es de mil 625 hectáreas, de las cuales sólo 300 se hayan abiertas al público; aproximadamente 700 están destinadas para uso medio y las restantes a la protección y conservación. La misión del parque es proteger la flora y fauna silvestres, y garantizar la conservación de los recursos naturales por medio de procesos adecuados que promuevan una cultura de respeto y aprecio por los aspectos físicos y naturales.



En esa sección de la Sierra Madre conocida como la M, sobresale el “Copete de las Aguilas” a dos mil 236 metros sobre el nivel del mar, la emblemática “M” a dos mil 30 metros y la Ventana a mil 900 metros. La Mesa de Chipinque está a mil 525 metros sobre el nivel del mar. Desde la entrada hasta la meseta, hay siete kilómetros de camino sinuoso pavimentado. La diversidad biológica en esta zona de la Sierra Madre es muy rica. Existen bosques templados subhúmedos y matorral submontano. Los tipos de vegetación más importantes en la parte alta son el bosque de pino y el de encino, con pino colorado y el blanco, y los encinos asta, roble, memelito, molino duraznillo y blanco, en asociación con atractivas especies como el duraznillo, el aguacatillo, el madroño, el cerezo negro, y el nogal encarcelado.  Desde Chipinque se puede ver toda la zona. Un bosque dentro de la ciudad, patrimonio de todos los nuevoleoneses.

domingo, 23 de julio de 2017

La comunidad de San Jerónimo de Monterrey

Antonio Guerrero Aguilar/

Quién dijera que una de las zonas comerciales y con corporativos y oficinas de Monterrey, fuera un día una comunidad agrícola. Es curioso pero los en los alrededores de Monterrey hay dos poblaciones con nombres de santos pertenecientes a la patrística cristiana como San Agustín y San Jerónimo. San Jerónimo de Estridón (347-420) tradujo la biblia del griego y el hebreo al latín. Es considerado padre de la Iglesia y uno de los cuatro grandes padres latinos. En honor a éste padre de la Iglesia hay una población muy importante y de las más antiguas de Monterrey junto con San Bernabé del Topo Chico y Los Urdiales; primero como lugar de paso de los colonizadores y luego como un importante centro agrícola.

San Jerónimo está situado al pie de la sierra de las Mitras y del río Santa Catarina, por eso se benefició por los escurrimientos que alimentaban los mantos acuíferos del sector. La gente de aquellos tiempos hablaba de la existencia de un jagüey. Creo que al menos hubo otro. A toda la comunidad se le puede limitar al poniente con el arroyo del Obispo  cuando se junta al Santa Catarina y al oriente con las inmediaciones del cerro del Obispado. Una parte de las tierras de San Jerónimo le fueron mercedas a Lucas García en 1596, luego a Alonso de Molina en 1608 que vendió a Diego Rodríguez. Este las pasó a su hija Mónica, casada con Miguel de Montemayor, ambos fundadores de la Hacienda de San Pedro Los Nogales a partir de 1624. Poco antes de morir declaró en su testamento cuatro caballerías de tierra que dejó en herencia a sus hijas Bernarda e Inés. En 1709 San Jerónimo pasó a ser propiedad de los hijos de Mateo Rodríguez y Leonor Fernández.

El 22 de septiembre de 1787, el bachiller Alejandro de la Garza, comisario del Santo Oficio de la Inquisición, cura interino, vicario y juez eclesiástico de Monterrey, vendió en 2 mil pesos al señor obispo fray Rafael José Verger, las tierras y aguas que integraban la capellanía fundada por María González Hidalgo y su esposo Antonio López de Villegas.  Se componía de seis caballerías de tierra con el agua que sale del potrero de Santa Catarina en la hacienda del mismo nombre. También tenía bajo su control, las partes de potrero y las demás tierras de agostadero alrededor del cerro de las Mitras, incluyendo dos caballerías de tierra en San Jerónimo.

El 5 de enero de 1832, llegó a Monterrey el religioso franciscano José María de Jesús Belaunzarán y Ureña, para tomar posesión de la diócesis que tenía tiempo de estar vacante. Venía en una pequeña carreta movida por una mula. La grey regiomontana lo esperaba con júbilo, cuando lo vieron le quitaron el animalito para empujarla ellos mismos. Desde entonces se le conoce como el arroyo del Obispo en honor al ilustre prelado que gobernó la diócesis hasta 1838. Precisamente en éste punto, Jacinto Lozano estableció unos molinos en 1841 a los que llamaron de Jesús María. Para cruzar de los molinos a San Jerónimo tenían que bajar por una pendiente complicada, que a fuerza de tanto ir y venir se hizo un vado, luego un puente de madera o simplemente bordeando sus lados. Cada vez que caían las torrenciales lluvias, el camino se interrumpía hasta por un mes. Las vías del tren se colocaron en 1882 y en 1883 construyeron el puente para el ferrocarril y desde 1935 la carretera que recorre hasta Saltillo.


San Jerónimo es un pueblo heroico. El 21 de septiembre de 1846, unos “Rangers texanos” al mando del capitán John Cofee Hays,  destrozaron al regimiento de los Lanceros de Jalisco al mando del general Anastasio Torrejón y Juan Nepomuceno Nájera.  Luego los del ejército norteamericano avanzaron hacia el Obispado por La Loma Larga para atacar un sitio que llamaban “Los Puertecitos” en donde estaba el Fortín de la Federación. Con ese triunfo controlaron las entradas y salidas por el camino a Saltillo, pues San Jerónimo era la única vía por la que Monterrey podría recibir auxilio del resto del país.

De acuerdo a testimonios de la época, el camino entre Monterrey y San Jerónimo estaba cubierto por una capa de tierra suelta de unos 15 centímetros, que al paso de las carretas formaban una espesa nube de un terregal que impedía la visibilidad. El polvo parecía talco  y cuando llovía se convertía en un lodazal que impedía el trayecto de los viajeros y jinetes. Pasando el arroyo del Obispo hacia Santa Catarina, el paisaje era más amable; había labores por ambos lados.  Como se advierte, San Jerónimo fue un lugar estratégico y de paso. Era el punto de convergencia con el camino del Topo, Santa Catarina y San Pedro con Monterrey. Lugar pintoresco repleto de huertas con nogales y aguacatales y campos donde sembraban maíz y frijol. Ahí don Jesús Llaguno estableció su residencia llamada Santa María. Una serie de casas diseñadas por el Arq. Guillermo González y construidas por el Ing. Juan Doria Paz, delimitadas por una barda de sillar que pertenecieron a la vieja fábrica de La Leona, ahora repleta de construcciones muy altas que alojan oficinas, hoteles y centros comerciales. Desde 1943 quedó unida a la colonia del Valle a través del puente Miravalle, nombre de la colonia que se estableció en sus campos de cultivo.

En el año de 1896 fue construida una capilla que albergó la devoción a María Santísima y era dependiente de la parroquia de la Purísima Concepción. Luego se hizo templo cuya hechura comenzó un señor de apellido Treviño Garza el 2 de enero de 1901. La primera piedra fue colocada el 24 de enero de 1901 por el padre Manuel P. Viramontes. Desde 1939 se le empezó a llamar Iglesia de Nuestra Señora del Carmen.  El templo actual comenzó a construirse cuando el entonces arzobispo de Monterrey, Alfonso Espino y Silva bendijo y colocó la primera piedra el 23 de julio de 1953 y que fue concluido el 21 de septiembre de 1965. Tiene categoría de parroquia desde el 4 de julio de 1962, quedando el padre Miguel Alanís Cantú como su primer párroco. Tres años después nombraron párroco al sacerdote Jesús Huerta. El 31 de Mayo de 1977 fue nombrado párroco el Pbro. David García Limón y recientemente el padre Miguel Neftalí González Pérez.  Las colonias que pertenecen a la parroquia son El Carmen, Fuentes del Valle, La Escondida, Santa María, Pedreras, Balcones del Carmen, Rincón del Valle, San Jerónimo, Miravalle y Sendero San Jerónimo.



Al frente del templo está el Colegio Mexicano. Esos terrenos pertenecían a la señora Angélica Quiroga de Treviño y a su hija Sor María del Verbo Encarnado que formaba parte de la congregación. En 1947 hicieron la donación y al año siguiente se hizo la bendición de la primera piedra por parte del señor Arzobispo Guillermo Tritschler. Luego un patronato formado por José Sada Gómez, José Maiz Mier y Ricardo Guajardo, junto con un grupo de bienhechores y donadores, aportaron para la construcción del plantel que opera desde 1951. Ya con el colegio, la colonia Miravalle y el puente que comunicaba hacia la colonia del Valle, detonaron el crecimiento en el sector. Muchos de los pobladores originales de San Jerónimo tenían nexos familiares con San Pedro, La Fama y Santa Catarina.  Ahora zona exclusiva con oficinas corporativas, clínicas y centros comerciales. Lamentablemente todas las construcciones originales del siglo XIX y parte del XX fueron destruidas. Lugar de paso entre Saltillo, Santa Catarina y Monterrey, pero repleto de historia que vale la pena conocer y apreciar.

domingo, 9 de julio de 2017

Las campanas de Santa Catarina

Antonio Guerrero Aguilar/

Dicen que los malos deseos son como las llamadas a misa, solo las atiende quien quiere. Pero debemos aprender a escucharlas pues representan a los signos de los tiempos.


Decían que las mejores campanas se hacían en la región de Campania al sur de Italia. Por eso les llamaron así. El tañer de las mismas tiene un rico lenguaje. Con ellas se lloraba a los muertos, disipaba a los relámpagos, anunciaba el día del Señor, animaba al perezoso, dispersaba los vientos y apaciguaban a los sanguinarios. Señalaban las horas y también anunciaban episodios y revueltas. Era recordatorio para la reunión del pueblo entero y hay de aquel que no acudiera a su llamado. Durante mucho tiempo las campanas suplieron al radio de nuestros tiempos.


Como la voz humana no se podía escuchar en todos lados, a través de los campanarios se pregonaba los días cívicos y fiestas de guardar. Daban la hora, pedían ayuda para apagar a un incendio, avisaban cuando se acercaba un enemigo, llamaban a los hombres a las armas y los citaban al trabajo; los enviaban a recogerse en sus casas y recordaban cuando debían acostarse. ¿Por quién doblan las campanas?  Doblaban por que daban la vuelta. Por y con tristeza por la muerte de un ser querido en la comunidad. Pero también expresaban la alegría pública. Y teníamos unas campanas que se oían en la sierra y en todo el valle de Santa Catarina. Algunos recuerdan su mensaje hasta Rinconada.

Una campana es la voz de Dios. Cuando suenan es el Padre eterno quien invoca y la asamblea convoca como parte de su pueblo. Desde el medioevo se relacionan con la Iglesia y sus templos. Los campanarios son torres que indican al cielo y a la divinidad. Pero también los hombres se llaman entre sí. Cuando se tocaban, dividían los tiempos de la comunidad: para levantarse, comer, dormir y trabajar. Cada vez que había un problema en la comunidad, un responsable hacía tañer las campanas para que todos en solidaridad apoyaran a quien lo necesitara. Antes de campanario había la espadaña, como construcción regularmente triangular que nos recuerda a la Santísima Trinidad y en la cual había unos huecos para los instrumentos, como por ejemplo,  la que tienen en el templo de San Carlos en Vallecillo.


Cuando la situación económica cambiaba se hacían los campanarios, pero no los terminaban pues decían éstos deben acabarse con el fin de los tiempos. Por eso vemos en las fotos y grabados las torres mochas. Aquí en Santa Catarina teníamos la campana mayor dedicada a María Santísima. Dicen que su calidad del metal era tan buena que fácilmente se oía en el valle como adentro del cañón. De tanto tañerla la campana se abrió y hubo necesidad de repararla. Vinieron para bajarla, se la llevaron pero ya no sonó igual. Se hizo gracias al apoyo de la familia González Steel y de los Audifred en la década de 1960. Siempre se dijo que tenía una aleación especial con plata y oro. Otra la vez la campana se dañó y volvieron a repararla en 1987. Y tampoco sonó igual. Y hace poco les dio por limpiarlas y perdieron más su sonido característico.

En 1872 los vecinos de Santa Catarina compraron un reloj para colocarlo en algún lugar visible. Para ello mandaron construir un campanario. Llegaron contribuciones de distintos lugares y hasta se organizó una corrida de toros. La torre seguía en construcción y una vez concluida, Marcelino Tamez instaló la maquinaria para el reloj el 22 de julio de 1879. El campanario consta de dos cuerpos: la base hecha con piedra azul de la sierra Madre de Santa Catarina y el segundo con sillares. Se compraron campanas y unas vigas para sostenerlas. Toda la obra costó 680 pesos y fue inaugurada en 1881. Un informe de 1912 nos dice que la torre del campanario es de cal y canto y de orden toscano; con una altura aproximada de 16 metros. El  párroco continúa con la descripción: “tiene un reloj público, con cuatro campanas, una grande, dos chicas, una mediana y dos esquilas medianas. La cúpula del campanario tiene una forma piramidal algo abombada que remata en su cúspide con una cruz”. La escalera de madera en forma de caracol fue concluida el 25 de julio de 1902 por Reginaldo Castañeda. El reloj debió cambiarse en 1937, 1955 y 1964. Quienes daban mantenimiento para su funcionamiento fueron R. López, José Luis Urdiales y Roberto Páez. El padre Antonio Portillo le dio mantenimiento y funcionó durante la década de 1990. 


Por cierto, quien mantenía los relojes tanto del palacio como del templo era la misma persona y una ocasión vieron que se llevaba las piezas para ponerlas en el reloj del palacio. Ahora ninguno de los dos relojes públicos funciona, lo cual es muy lamentable. Durante la década de 1910 se hacía una llamada a las 8 de la noche para que todos se guardaran a sus casas y a las 10 para que se fueran a dormir. Por costumbre, se llama tres veces a misa antes de que comience. Para un difunto se hacía el doble: uno y dos tañidos lastimeros. Ya no lo hacen.  Ahora el campanero llama a las 12 del medio día para rezar el Ángelus.

Tenemos uno de los campanarios más altos. Un distintivo en el paisaje de La Fama, es una torre campanario de 40 metros perteneciente a la parroquia de San Vicente de Paúl. Construida en la década de 1960 por los mismos constructores que levantaron el campanario de la basílica de nuestra Señora del Roble en Monterrey. A veces estaban en La Fama y luego acudían al Roble a proseguir con las obras. Y algo tenían de razón, pues los diseños arquitectónicos de los templos del Roble, San Vicente de Paul y la Medalla Milagrosa pertenecen a Lisandro Peña (1910-1986) a quien también debemos los cines teatros Elizondo y Florida ya desaparecidos. Al arquitecto le gustaba recubrir los muros con la llamada “piedra de Vallecillo”. La estructura  del templo del Roble, realizada en la década de 1950 consta de tres elementos principales: el pórtico, las tres naves que forman el cuerpo y el campanario reloj con 75 metros de altura; la cual es similar a la del templo de San Vicente de Paul en la Fama.



La primera renacentista y la de la Fama apegada al estilo románico. Las torres campanarios de El Roble y San Vicente nos recuerdan a las torres gentilicias de origen medieval de Bolonia, Italia llamadas Garasenda y Asinelli. Los motivos por los que se levantaron tantas torres en Bolonia no están claros. Se tiende a pensar que las familias más ricas de la ciudad, en una época marcada por las luchas entre las facciones adeptas al papado y al imperio, las utilizaron como un instrumento de ataque y defensa, y sobre todo, como símbolo de poder. Hoy los campanarios son símbolos de dos templos y de un barrio y de un pueblo: el Roble y La Fama. 

Me dedico a contar narraciones e historias en donde me piden y me invitan.

Santa Catarina, Nuevo León, Mexico